En el fragor de la breve pero intensa campaña en Tierra del Fuego para el 14 de mayo, pasó desapercibida una curiosa frase del candidato a la gobernación por Juntos por el Cambio, el senador radical Pablo Blanco.
El veterano ex convencional y legislador, quizás en su intención de desacreditar al ascendente referente nacional de los libertarios, Javier Milei, no tuvo mejor idea que compararlo… con el gobernador Gustavo Melella.
La consulta al candidato a la gobernación, formulada en una entrevista en Radio Fueguina, estuvo orientada simplemente a conocer su opinión sobre un supuesto “futuro presidencial” que tendría Melella, según uno de sus principales escuderos, el legislador Federico Greve. Blanco disparó: “En este país sí. Melella está más preparado para la presidencia que el loco descerebrado de Milei”, sorprendió así.
Luego siguió en su arremetida contra el muy particular Milei, posiblemente en el entendimiento de que su espacio y el del libertario, compiten por los mismos votos: “No tengo dudas de que llevaría el país a la ruina y que, en caso de ser presidente, a los 6 meses estamos eligiendo otro” añadió con vehemencia. Para que no queden dudas, lo calificó como “alguien que quiere destruir la base de desarrollo y sustento de Tierra del Fuego” y reconoció no entender por qué “tiene una mayor imagen en la provincia, eso es algo que no entiendo”.
Es obvio que la mención de Melella que hizo Pablo Blanco sólo debe inscribirse en el tenor de las muchas, muchísimas frases y silogismos de campaña que en ocasiones se pronuncian sin mucho análisis ni planeamiento previo. Dichos que salen a veces sin filtro, despertando luego la esperanza de que el tenaz viento fueguino las aleje del escenario.
Y así será, tal vez, en esta ocasión. Una anécdota, un chascarrillo.
Blanco conoce a Melella muy bien. Compartieron gabinete en la gestión municipal de Río Grande del ex intendente Jorge Martín por varios años. Afiliados al mismo partido, la Unión Cívica Radical, cada uno eligió el camino contrario en tiempos de diáspora: el senador aceptó la tercerización del radicalismo, administrado por el macrismo; el gobernador se kirchnerizó incorporándose a Forja, el reducto radical aliado del oficialismo nacional.
Hubo en los últimos años dos etapas extremadamente críticas que pusieron al país al borde de la desintegración social: el 1989 de Alfonsín y el 2001 de De la Rúa. Ambos extintos ex presidentes habían asumido con un inmenso apoyo popular, y debieron huir precipitadamente de sus descontrolados gobiernos. En las dos ocasiones, fueron dos gobernadores de minúsculos distritos del interior los que se hicieron cargo de la brasa candente y, con matices y bemoles, enderezaron el barco. ¿Es en eso en lo que piensan Greve y Blanco?