Como era de esperarse, no hubo ninguna sorpresa en las elecciones del pasado domingo en Tierra del Fuego.
Por muy amplio margen, bastante mayor incluso que lo que el optimismo de los protagonistas presumía, tanto Gustavo Melella en la gobernación, como los intendentes de Ushuaia, Tolhuin y Río Grande, Walter Vuoto, Daniel Harrington y Martín Perez, lograron la suficiente confianza en el electorado para mantenerse por cuatro años más al frente de sus respectivos ejecutivos.
A primera vista, podría adscribirse a la teoría de que el elector común, el vecino corriente que no tiene ninguna relación directa ni indirecta con la maquinaria política, es bastante proclive a favorecer con su voto, a aprobar con su voluntad electoral, al estamento de cercanía.
Una especie de teorema cuyo enunciado podría ser en tanto más cercano es el espacio estatal que me pide su voto, mayor es la posibilidad de que efectivamente se lo dé.
Dicho en otras palabras y en el sentido contrario, mientras más difusa y lejana es la perspectiva que se tiene de quien dirige algún asunto estatal, más libertad tengo para jugar con el voto.
Una explicación un poco más científica podría resumirse en el hecho de que, en una gestión comunal, municipal, vecinal, sus resultados y realidades se ven cada mañana al salir de casa camino al trabajo. Las disfruto o sufro diariamente, cotidianamente. Si anoche saqué la basura y a la mañana la basura no está, todo estará bien. Si todavía está en el canasto, probablemente no vote a ese intendente cuando se postule, si se nos permite la exagerada simplificación.
En una provincia pequeña como Tierra del Fuego, una gestión gubernamental provincial también está al alcance de los ojos. Para el ciudadano de a pie puede ser difícil discernir si algo concerniente a su ciudad corresponde al resorte municipal o es responsabilidad del provincial.
Pero saberlo no cambiaría mucho la voluntad del buen vecino, aquel que apoya al concejal que de algún lado conoce, o al intendente que cruza en el supermercado o a la salida del colegio de los chicos, esos que lo saludan a uno como a un viejo conocido, aunque sea la primera vez que lo ven.
En cambio, la decisión para el ciudadano despolitizado -o desideologizado- sobre a quién favorecer con su voto allá en la lejana Buenos Aires, está poco vinculada con su día a día, y demasiado intermediada por falsos profetas de medios nacionales y redes sociales, esos que sin ruborizarse vomitan opiniones y vociferan intereses particulares, en formato de verdades irrefutables.
Profetas en sus tierras
Imaginemos esta situación, si en lugar de suceder en Ushuaia, sucediera en Belgrano o San Isidro. El joven intendente, con perfil militante, cumplió dos períodos de gestión y reformó la Constitución para ir por un tercero. No tan holgadamente como sus colegas, pero accedió nuevamente a la intendencia por un buen porcentaje de votos. Es decir, lo prefirieron varios vecinos más que no son ni jóvenes, ni militantes. Su derrotada por siete puntos, no ostenta ninguna referencia nacional.
En la provincia, un profesor de escuela salesiana, radical de toda la vida, con una doble gestión en el municipio de Río Grande como único plafón, y que le ganó en primera vuelta hace cuatro años a una Rosana Bertone con décadas de trayectoria, contactos y supuesta llegada a los núcleos de poder de Buenos Aires, logró su reelección gracias al voto de más de la mitad de los electores fueguinos, distanciándose en más de 50 puntos con el segundo que quiso disputarle el poder.
En Río Grande, otra muestra de lo mismo. Martín Perez, obsesivo de la obra pública, cultor de la mesura, la corrección y la prudencia, de “diálogo” y “consenso” en las buenas, en las malas y en las más o menos, adherente algo disimulado al espacio nacional kirchnerista, se alzó con un porcentaje abrumador, casi sin contrincantes. En el otro rincón, el candidato abierta y explícitamente kirchnerista, sacó el 3,6%.
Estrategias de panel
Melella ha demostrado ser, le pese a quien le pese, el más brillante estratega político de los últimos 30 años en Tierra del Fuego. La variopinta lista de sus candidatos a la Legislatura es sólo un reflejo, integrando a radicales, ex radicales, peronistas, ex peronistas y forjistas. Pero, además, al menos tres listas de otros partidos consagraron candidatos que fueron o serán aliados de la gestión. La integración legislativa y de los concejos, la bolsa de trabajo, caja chica de cada sector, será motivo de análisis en otro escrito particular, por las demasiadas aristas que exhibe.
Los pocos dirigentes que quedaron por fuera del armado oficialista pensaron que, justamente oponiéndose a esa hegemonía, o criticando ferozmente la unidad hoy lograda por Melella, iban a obtener la simpatía del electorado vecinal. A esta altura, no puede saberse si es un grave error estratégico o el único argumento del que podían echar mano.
No hay caso, nacionalizar por la vía de los argumentos o el discurso una campaña electoral de cercanía, en Tierra del Fuego no tiene ninguna chance de éxito. Figuras nacionales de intensa exposición mediática nacional paseando por las calles de Ushuaia de la mano de los candidatos locales, no impresionó absolutamente a nadie. Ni siquiera el pseudo rockstar Javier Milei y su caravana de sonrisas aportó mucho a un espacio libertario local que logró dos bancas en la Legislatura por mérito propio.
En el mismo sentido, y dentro de esos mismos parámetros, demonizar a los oficialismos locales a través del prisma de panelistas de un programa de TV porteño, no redunda en un solo voto más de lo esperado, y a las claras quedó demostrado.