El proyecto que su bancada -a la que llaman “Los Lilitos”- presentó para directamente derogar el régimen que la Ley 19640 regula desde hace 50 años, y que hacen viable a la provincia de Tierra del Fuego, tuvo tan poco vuelo, tan poco sustento, que sus posibilidades de prosperar fueron, a la postre, cero.
Más allá que el “guiño” para esa antojadiza iniciativa lo dio el propio ministro de Economía Sergio Massa, que en la célebre separata le dejó picando en el área chica la 19640 a los diputados para que claven en un ángulo su sentencia de muerte, y así sonría Kristalina Gerogieva, el proyecto en sí mismo no resistía el más elemental análisis desde cualquier arista que se lo evalúe.
¿Por qué Lilita Carrió odia Tierra del Fuego entonces?
En todo caso, cuanto menos, la desprecia. Y acudamos a la inefable y lapidaria historia.
Allá por los convulsionados comienzos de siglo, Carrió avanzaba casilleros en forma acelerada, a caballo del beneplácito que siempre le rindió la televisión dadas sus histriónicas y alocadas intervenciones que redundan -dicen- en rating.
En Tierra del Fuego, una ascendente Fabiana Ríos buscaba una bendición nacional para convertirse en “la Lilita” fueguina que pusiera en caja a varios encumbrados y tradicionales políticos flojitos de pruritos morales, como suelen pulular en este extremo austral del país.
Carrió, en una recordad y única visita a la isla, en el viejo hotel Isla del Mar de Río Grande selló la bendición y la ungió a Fabiana Ríos con los místicos super poderes para encabezar la cruzada contra la corrupción y el mal.

El problema es que Ríos ganó las elecciones provinciales. Nadie podrá confirmarlo, pero Lilita habrá desconfiado a priori de una mediática opositora -como ella-, ahora en la vereda de enfrente, ostentando un peligroso, diabólico y tentador ejecutivo.
Convengamos que algo de razón tendría, si ese fue el argumento para ausentarse del festejo por el triunfo, el único que alguien en su nombre logró en toda la historia.
¿Por qué, entonces, Lilita Carrió odia a Tierra del Fuego?
Hace poco pasó inadvertida una anécdota que, por TV y en el prime time (¿o esperaban otra cosa, acaso?) Carrió sacó del arcón de los recuerdos.
De su fondo desempolvó a la pobre Fabiana, y la situó en una charla con ella y Alfredo Bravo, en donde la joven patagónica preguntaba a los sabios ancestros si no era la única salida para el país proveer al pueblo de armas para cantarle las 40 al sistema.
Es más posible que se trate de una mínima factura sin cobrar, más que de una razón para pergeñar tan dañino proyecto.
¿Por qué Lilita odia a Tierra del Fuego?
Hoy Carrió está sumamente entretenida en autodestruir la coalición que la cobija, Juntos por el Cambio. No pasan más de dos o tres horas para que en alguno de los canales de televisión de la Reina del Plata asome su platinada imagen y arremeta con una nueva denuncia, afrenta, incongruencia, espionaje, dislate, corruptela, contra alguno de sus aliados.
Ya cobraron Morales, Bullrich, su ex amigo Larreta, Ritondo, Santilli. Ya experimentaron en carne propia el deporte preferido de Lilita de cargarse a los propios (preguntar a Fabiana Ríos). Pero es Mauricio Macri el que le quita el sueño, evidentemente.

Mauricio Macri tiene un “amigo del alma”. Uno por lo menos. Se llama Nicolás “Nicky” Caputo, y es titular del 7% de la empresa Mirgor, que, con sede en Río Grande, produce electrónica al amparo del régimen promocional industrial. Una empresa que trabaja y produce, damos fe, y que factura millones.
No hay que ser muy despierto para suponer que el ex presidente podría tener una extensión de la tarjeta de crédito de Nicky, el Messi de las finanzas. Tan incomprobable como posible.
¿Odiará tanto Lilita a Tierra del Fuego, o despreciará tanto a sus habitantes, que avanzó en semejante proyecto sólo para mojar la oreja a sus circunstanciales enemigos?
Sin una fuerza política seria, que hasta en la Buenos Aires que la vio crecer y florecer se extingue como un hongo en el bosque; sin haber pisado Tierra del Fuego más que una vez para bendecir a una futura enemiga; sin más que un puñadito de legisladores que apenas podrían conformar, sin suplentes, un equipo de fútbol; sin que ninguno de ellos haya leído siquiera, evidentemente, la Ley que pretendían derogar; por lo tanto sin conciencia del daño mayúsculo que generarían en caso de prosperar; sin presencia ni referencia política en la provincia; sin vergüenza; sin escrúpulos.
Con tantas carencias, con tanto faltante, una peligrosa banda liderada por una incomprensible figura pone en jaque a una provincia entera, la más lejana, la más aislada, la más desfavorecida históricamente. Por otro lado, de las que más cumplen y mejor se comportan.
Es un capricho personal, qué duda cabe. Que no se puede dejar pasar, que no puede ocurrir. Ya no por el bien y en defensa de Tierra del Fuego. Por la salud de la Nación. Por el necesario encarrilamiento de las disputas políticas y partidarias sobre la senda de la racionalidad y la responsabilidad.
Seguir tolerando estas prácticas es condenar -no a un régimen, no a una provincia- a un país entero al fracaso moral más estrepitoso y definitivo.