En Tierra del Fuego, la temporada de cruceros se está desarrollando con un éxito rotundo. Más de 57 mil turistas han arribado al puerto de Ushuaia, una cifra que parece indicar que la industria del turismo está atravesando uno de sus mejores momentos.
De acuerdo con el presidente de la Dirección Provincial de Puertos, Roberto Murcia, «la temporada se viene desarrollando muy bien dentro de los parámetros que teníamos previstos», con 261 recaladas hasta la fecha.
La imagen de los barcos de lujo que llegan al sur de Argentina, con turistas ansiosos por explorar las maravillas naturales de la región, parece reafirmar la idea de que Tierra del Fuego es un destino cada vez más cotizado en el circuito turístico internacional.
Las expectativas no cesan de crecer, y se estima que la temporada alcanzará las 550 recaladas previstas, lo que demuestra el auge de este sector en la provincia.
Ni mu
Pero, al mismo tiempo, hay otro dato que empieza a inquietar cuando se observa con detenimiento. Mientras el turismo de lujo se multiplica en el extremo sur del país, el consumo de carne vacuna en Argentina se desploma a niveles históricos.
En 2024, el consumo de carne alcanzó su nivel más bajo en más de un siglo, con 47,7 kilos per cápita, un descenso significativo respecto a los 52,4 kilos de 2023. Esta cifra se convierte en el segundo registro más bajo desde que se comenzó a medir el consumo de carne en 1914, solo superado por los 46,9 kilos de 1920.
En medio de una inflación galopante, que alcanzó el 122,7% anual en el Gran Buenos Aires, los precios de la carne vacuna aumentaron un 71,9%, lo que hace que muchos argentinos se vean forzados a reducir su consumo, y a recurrir a opciones más económicas como el pollo y el cerdo.
Contrastes australes
La paradoja no tarda en aparecer. Mientras los arribos de cruceros a Ushuaia se cuentan por miles, con turistas que gastan a manos llenas en un destino de lujo, la población local enfrenta dificultades para acceder a uno de los productos más emblemáticos de la gastronomía nacional: la carne.
La tradicional parrillada, símbolo de la identidad argentina, se ha convertido en un lujo para muchos. La carne, que alguna vez fue el alimento cotidiano en las mesas argentinas, ahora es solo un recuerdo para aquellos que han visto cómo su poder adquisitivo se ha reducido drásticamente.
«Con el precio de un kilo de carne vacuna se pueden comprar 3 kilos de pollo o casi 2 kilos de cerdo», explica Miguel Schiariti, director de la Cámara de la Industria y Comercio de la Carne Vacuna y Derivados de la Argentina (CICCRA). Y ante un bolsillo cada vez más flaco, el consumo de carne se ha vuelto una elección que muy pocos pueden permitirse.
En medio de este contraste, surge una reflexión inevitable: ¿qué está fallando en el país? ¿Cómo es posible que, mientras algunos sectores se benefician de un auge inédito, otros ven cómo su acceso a lo básico se desvanece?
La paradoja se profundiza aún más cuando se considera que Argentina sigue siendo uno de los países con mayor consumo de carne per cápita en el mundo, superado solo por Estados Unidos. Sin embargo, el consumo de carne vacuna, en particular, está lejos de los niveles históricos que caracterizaron a la nación. ¿Qué significa esto para el futuro de la sociedad argentina?
A pesar de la caída en el consumo interno, las exportaciones de carne vacuna baten récords, alcanzando las 936,1 mil toneladas, un aumento del 9,8% respecto al año anterior.
Así, el país sigue siendo un actor principal en el mercado mundial de carnes, pero ¿qué hay de la población local, que ya no puede acceder a uno de los productos más básicos de su dieta tradicional?
Contradicciones a la carta
El contraste es evidente: mientras el turismo de lujo sigue creciendo, con turistas desembarcando en Tierra del Fuego para disfrutar de paisajes que pocos en el país pueden permitirse conocer, muchos argentinos deben renunciar a un bien tan elemental como la carne, y con ello, a una parte importante de su identidad cultural.
La contradicción parece tener raíces profundas en la estructura económica y social del país. Por un lado, los indicadores turísticos crecen, la imagen del gobierno mejora y, aparentemente, la economía muestra signos de recuperación, al menos en algunos sectores.
Sin embargo, estos avances no parecen traducirse en una mejora real en la calidad de vida de la población general. En lugar de disfrutar de los frutos de una economía que se “recupera”, muchos argentinos se ven atrapados en la rueda de la pobreza, con salarios que no alcanzan para satisfacer lo más básico.
Es una paradoja que invita a la reflexión. La prosperidad de unos pocos parece existir en un mundo paralelo al de aquellos que deben lidiar con la escasez de productos esenciales. En el sur, los turistas de cruceros se deleitan con una experiencia de lujo, mientras que, en el país profundo, los argentinos luchan por mantener la tradición de un asado. Algo en este panorama no encaja.