Por Jorge Federico Gómez
En el gran bazar de las ideas económicas, el Gobierno nacional ha decidido que la mejor manera de ganar votos es ofrecer celulares más baratos. Así de simple.
Mientras Tierra del Fuego se desangra, Buenos Aires festeja. Mientras una provincia entera ve tambalear su modelo productivo, el votante porteño frota sus manos ante la promesa de un smartphone con descuento. La ecuación es perfecta: geopolítica por likes, industria por ofertas flash.
El anuncio de la eliminación de aranceles a la importación de tecnología no es un error de cálculo, sino un frío movimiento electoral. Lo sabe el presidente Javier Milei, lo sabe su vocero Manuel Adorni -candidato legislativo con más engagement que propuestas- y, sobre todo, lo sabe el ciudadano promedio de Buenos Aires, para quien Tierra del Fuego es menos relevante que el último tweet viral. ¿Por qué preocuparse por una isla remota cuando se puede comprar un iPhone un 20% más barato? La soberanía, al parecer, no cotiza en el mercado de las tendencias.
El costo real de lo «barato»
Claro, los celulares importados bajarán de precio. Pero lo que no se dice -o mejor dicho, lo que a nadie le importa decir- es que el “ahorro” inmediato es, en realidad, una factura a futuro.
Tierra del Fuego no es un capricho proteccionista: es una política de Estado de medio siglo, diseñada para poblar un territorio estratégico, sostener industrias y, sí, evitar que la Argentina termine siendo un país que solo vende soja y memes. Pero ¿quién necesita fábricas, empleo o presencia soberana en el lejano sur cuando podés tener un Samsung a precio de ganga?
Los intendentes fueguinos de Río Grande, Tolhuin y Ushuaia, ya alzaron la voz. El gobernador Melella se enredó en una batalla de tuits con Adorni, quien, en lugar de argumentar, prefirió el chiste fácil. Y aquí reside la genialidad perversa del oficialismo: no necesitan debatir, porque nadie les exige que lo hagan. El votante de CABA no pregunta por los puestos de trabajo en Río Grande, pregunta cuánto sale el último Motorola.
Libertarios fueguinos: de la lealtad al ridículo
Pero el verdadero espectáculo recién comienza. ¿Qué harán los legisladores de La Libertad Avanza en Tierra del Fuego? ¿Cómo explicarán que su propio partido nacional les meta un tiro en el pie a meses de las elecciones?
Santiago Pauli, Natalia Gracianía y Agustín Coto tendrán que hacer malabares retóricos para convencer a los fueguinos de que votar por ellos no significa firmar la sentencia de muerte de su régimen industrial.
Quizás argumenten que «el mercado lo decide todo», que «el proteccionismo es un dinosaurio», o que «algún día llegará el derrame». Pero mientras tanto, las fábricas fueguinas respirarán con asistencia mecánica, y los trabajadores mirarán con escepticismo a quienes prometieron libertad y entregaron desindustrialización.
Pataleo vs. pragmatismo
Al final, el Gobierno hizo lo que cualquier partido con ambiciones electorales haría: darle a la gente lo que pide, aunque eso implique hipotecar el futuro. Tierra del Fuego pataleará, los intendentes gritarán, los economistas alertarán… pero el ruido no llegará a Buenos Aires.
Porque aquí, en el centro del poder, lo único que resuena es el sonido de una caja registradora. Y mientras tanto, en el sur, una provincia entera aprende -una vez más- que en la Argentina, la soberanía es un lujo, pero el consumo es una necesidad.
¿Alguien quiere un iPhone nuevo?